Sobre el tiempo, el dinero, el trabajo, la riqueza… y la vida compartida: doce años de solidaridad material en La Villana de Vallekas

Álvaro, de La Villana

Yo lo digo siempre: si el trabajo de movilización se convierte en una carga más, allí hay algo que no funciona. En esta condición de pena y sufrimiento añadido a nuestras vidas, es normal que la gente prefiera ir a ver el fútbol o al cine. Necesitamos crear una militancia alegre capaz de reproducirnos también a nosotras, no solamente a los otros. Necesitamos también reproducir la lucha, que significa reproducirnos a nosotras en un incremento de alegría. Esto es la solidaridad.  

Silvia Federici [1]

«La solidaridad material en La Villana» (2013-2025). La Escuela de las Periferias me encarga escribir de esto que podría parecer sencillo, ¡pero no lo es! Veamos: solidaridad, material, y La Villana.

Solidaridad: entendemos por solidaridad todas las formas de energía vital que ponemos en la construcción de común, de entramado comunitario, de colectivo, y de sociedad. Son solidarias todas las formas de actividad que promueven la cooperación (frente a la competencia), la reciprocidad (frente al egoísmo), la mutualidad (frente a la caridad[2]), lo común (frente al individualismo). Y podríamos añadir, como nos dice Federici: nuestras formas de actividad solidarias deben «incrementar nuestra alegría», no suponer «una carga más» o un mero curro sin sentido.

Solidaridad material: de todas las formas de solidaridad posibles, las «materiales» serían aquellas más directamente conectadas con la socialización de nuestra riqueza material, entendida esta de manera amplia como: los tiempos de trabajos (asalariados o no), con el sucio (y necesario) dinero que donamos y que gastamos, y en general con las cosas y relaciones físicas o inmateriales que ponemos en común.

Solidaridad material en La Villana: serían pues aquellas prácticas de solidaridad material que se han producido en el difuso entorno de la Villana durante la última década, que es todo aquello que se ha tramado entre la sede física de la calle Montseny y los «entramados» [3] ligados con La Villana, ya sea en Vallekas, en Madrid, en el Reino de España, en el mundo.

¿Y quiénes hemos sido La Villana? La Villana no se define por un criterio cerrado de pertenencia, no tenemos carné ni tampoco somos simplemente las «socias»: podríamos decir que La Villana está formada por quienes compartimos fines comunes y nos co-obligamos juntas a conseguirlos[4]: ¿Y cuáles son nuestros fines? Dice nuestro perfil en redes sociales que somos un «Centro Social para luchar y autoorganizarnos por nuestros derechos: vivienda, libertad de movimiento, renta, cuidados, buena vida». De momento, nos vale. En fin: somos todas las personas a las que La Villana nos ha transformado y a su vez hemos transformado La Villana. Y si miramos a futuro, somos quienes tenemos el proyecto de luchar juntas en común de ahora en adelante, junto a quienes se nos unan andando el camino.

Siguiendo estos conceptos básicos preliminares, este texto intenta contribuir a la reflexión de nuestra forma de practicar la «solidaridad material», para entender mejor qué hemos hecho en estos años, y avanzar hacia cómo queremos seguir practicándola a futuro. Una reflexión que, podríamos decir, es un momento más de nuestra práctica política[5]. Y para ordenar las ideas, intentaremos analizar las siguientes dimensiones que sobra decir que están todas ellas profundamente entrelazadas: nuestro tiempo regalado, nuestro dinero —donado, gastado, consumido y endeudado—, nuestro trabajo remunerado, nuestra riqueza colectivizada en un sentido más amplio; y en fin, nuestra vida compartida en torno a La Villana.

1. Nuestro tiempo regalado

Una vida vallecana media ronda los 83 años: o lo que es lo mismo, 30.295 días, o 727.000 horas. Parece mucho, pero dicen que esos treinta mil días se pasan volando —siempre que tengas la suerte de caer más o menos en la media—. La Villana de Vallekas tiene ya, de 2013 a 2025, 12 años de vida. Son 4.380 días, o lo que es lo mismo, 105.120 horas. ¿Cuántas son las miles de horas que han sostenido la Villana y hecho de la Villana lo que es hoy? Han sido incontables horas, de muchas vidas, de muchas personas, como muchas han sido las horas, las personas y las vidas que quienes nos preceden pusieron en la historia de las luchas que nos han permitido llegar hasta aquí.

Ante tal dedicación de tiempo, la lectura cristiana sería: «¡qué generosas y abnegadas, que os sacrificáis para ayudar a los demás!»  La lectura militante… en un día optimista sería: «¿pero es que hay algo mejor en lo que poner nuestro tiempo de vida?» Otra lectura en un día más de bajona sería: «¿pero ha merecido la pena todo este tiempo?» Son dos buenas preguntas, que en realidad son dos caras del mismo problema: ¿qué hemos hecho con nuestro tiempo compartido, y sobre todo, qué queremos hacer con él a partir de mañana? (da igual cuando leas esto, porque es una pregunta que nos podemos hacer todos los días). Lo que hemos hecho con nuestro tiempo es… infinito.

Tiempo de hacer el cartel. Tiempo de coordinar la campaña. Tiempo de reservar el espacio. Tiempo de buscar pasta. Tiempo de cargar el equipo. Tiempo de enviar el pad. Tiempo de pensar la estrategia. Tiempo de ir a la Junta. Tiempo de hacer la pancarta de este año. Tiempo de enfriar las cervezas. Tiempo de liarse a cervezas. Tiempo de arrimarte a perrear. Tiempo de actualizar las cuentas en el excel. Tiempo de mandar la encuestita. Tiempo de acompañar un conflicto. Tiempo de fregar. Tiempo de buscar ubicación para la fiesta. Tiempo de acordar un convenio. Tiempo de hacer la portavocía. Tiempo de hablar con la vecina. Tiempo de mediar con la madera. Tiempo de hacer transferencias desde la cuenta. Tiempo de convencer a Josefa para las donaciones. Tiempo para visitar un posible local. Tiempo de preparar el orden del día. Tiempo de arraigarse. Tiempo para hablar con el de servicios sociales. Tiempo de viajar a un encuentro. Tiempo de bailar. Tiempo de entender las normas no escritas. Tiempo de buscar un equipo de sonido. Tiempo de explicar el pretérito imperfecto. Tiempo de meter la entradilla. Tiempo de responder al email. Tiempo de hacer una pegada. Tiempo de que se me pase el cabreo. Tiempo de pensar cómo vamos a ganar. Tiempo de imaginar un video con flow. Tiempo de discutir la complicada lectura de esta semana. Tiempo de coger confianza. Tiempo de organizar el caos. Tiempo de pipear. Tiempo de informar cómo se reserva una sala. Tiempo de buscar artistas para el eventazo. Tiempo de decorar. Tiempo de apilar cajas. Tiempo de convencer. Tiempo de seguir acompañando el conflicto. Tiempo de jornada de curro. Tiempo de llorar. Tiempo de preparar, preparar, preparar. Tiempo de hablar con el casero. Tiempo de escuchar. Tiempo de callar. Tiempo de ligar. Tiempo de reenviar el mensaje de Whatsapp. Tiempo de paciencia, mucha paciencia. Tiempo de pintar la pared. Tiempo de encontrar una fontanera. Tiempo de territorializarse. Tiempo de escritura. Tiempo de hacer las fotos para redes. Tiempo de repetir lo mismo otra vez. Tiempo de celebrar. Tiempo de imaginar el curso que viene. Tiempo de gestionar los repartos. Tiempo de jugar. Tiempo de estirar los abductores. Tiempo de buscar el cable con minijack. Tiempo de esperar a que llegue la comisión judicial. Tiempo de recoger los juguetes. Tiempo de aprender. Tiempo de conocerse. Tiempo de preguntar cómo estás en el curro. Tiempo de pensar la organización del plenario. Tiempo de escuchar las propuestas de actividades de este mes. Tiempo de asambleas, asambleas, asambleas, reuniones, asambleas. Tiempo de cocinar. Tiempo de soñar. Tiempo de luchar.  

Estos son fragmentos de la cotidianidad de nuestro tiempo militante y así se ha formado nuestra particular cultura villana, dentro de la ya larga tradición de los Centros Sociales[6]. Normalmente ni nos paramos a pensar conscientemente que lo vamos a hacer: directamente «ponemos» nuestro tiempo. Quizás, mejor que decir que «ponemos» el tiempo —como si el tiempo fuera una cosa que metemos en una caja común—; mejor que decir que «echamos» horas —como si lo que hacemos fuese un curro de mera gestión, pues con el tiempo militante no miramos al reloj como en el curro—; quizás es más preciso, y más bello, decir que nos hemos «regalado» todo ese tiempo, y ese regalo continuado durante doce años ha dado lugar a este rico tejido que no se puede comprar ni vender, que no se puede manufacturar ni prefabricar; pero que para reproducirlo hay que sostenerlo: todo ese tiempo regalado ha sido la fuente fundamental de la riqueza de La Villana, o dicho de otro modo, la materia prima de la Villana han sido todas esas horas de nuestras vidas.

              Cuando decimos que nos hemos «regalado» todo este tiempo, queremos expresar sobre todo que no hemos calculado si hemos regalado más de lo recibido, o hemos recibido más de lo regalado. De entrada, porque el valor de todo ese tiempo compartido no se puede medir. Cuando el tiempo de la gente de la PAH ha parado mi desahucio, cuando el tiempo de la gente de la despensa nos ha dado comida para la semana, cuando el tiempo dedicado a trabajar nuestro feminismo y nuestra diversidad nos ha dado una vida más libre, cuando en las clases de castellano o en la escuelita alguien ha aprendido algo relevante, cuando hacemos amistades y relaciones muy difíciles de construir desde otro tipo de espacios, el valor de todo ese tiempo que nos hemos dado es ciertamente incalculable. Ni con todo su dinero Elon Musk podría soñar con comprarse la riqueza que tenemos a través de todo el tiempo que hemos compartido.

Aun con todo ese caudal de tiempo regalado a La Villana, en muchos momentos querríamos haber regalado más, pero a veces no hemos podido, no hemos sabido, o no hemos querido. Nuestras vidas a veces no dan más de sí, y por eso se dice tanto que «no me da la vida». Pero tal expresión tiene dos caras: la de la falta de tiempo material real por la precariedad individual, y la de una cierta desgana que nos lleva a no exprimir más, u organizar mejor, el tiempo que podríamos haber usado. A veces nos falta más el tiempo que el deseo, pero a veces nos falta más el deseo que el tiempo[7]. Es cierto que los días no tienen más de 24 horas, pero también es cierto que cuando los temblores del mundo abren en canal el deseo político, no sabemos cómo pero de repente sacamos el tiempo de donde no lo hay.

Entonces, ahora, que llevamos aquí doce años y nos hemos mudado a un nuevo local, parece un buen momento para volver a pensar algunas preguntas importantes: ¿cómo vamos a organizar de aquí en adelante nuestro precioso tiempo, para regalarnos más tiempo en las luchas en Vallekas y más allá? ¿Cómo alimentar el deseo de luchar por una buena vida ahora[8] como la mejor «inversión» que podemos hacer con nuestro tiempo? Y más en general, ¿cómo vamos a autovalorizar[9] nuestro tiempo, para que el capital deje de robarnos tanto tiempo, tanta riqueza y tanta vida?

Sin dejar de soñar en esas cuestiones, una pregunta más concreta sobre nuestra solidaridad material en forma de tiempo podría ser: ¿de dónde sacar más tiempo, y sobre todo, mejor tiempo para la Villana? Algunas de las vías para empezar a responder podrían ser:

  • Consigamos más y mejor tiempo de las vidas de quienes ya estamos en La Villana

Seguro que todas podríamos sacar al menos algo más de tiempo y regalar un tiempo mejor, y producir así buenos momentos de tiempo lento para organizamos mejor. Un tiempo «mejor» organizado no significa más «eficiente», significa mejor orientado, mejor dividido, mejor sincronizado… un tiempo para en fin lanzarnos con más fuerza a conquistar las bases materiales necesarias para poder realmente disponer de nuestro tiempo.

  • Consigamos más y mejor tiempo de otras personas que no están (aún) en la Villana

Hay mucha gente que aún no se ha venido con nosotras, pero podrían venirse. ¿Por qué está tanta gente a nuestro alrededor malgastando tanto tiempo en estrategias de vida encerradas en sí mismas? ¿Por qué no están poniendo aquí su tiempo, en vez de estar en muchos casos tirándolo en vidas individualizadas y tristes? Por supuesto en nuestra realidad cotidiana siempre se nos presenta como con «poco tiempo», pero la pregunta es más bien cómo conseguir que nuestros usos colectivos del tiempo merezcan más la pena que los usos individualizados, que no solo son más tristes sino a menudo también más ineficientes —pensemos, simplemente, en el tiempo que ahorraría un comedor popular para 100 personas respecto a 100 personas comprando, cocinando y fregando su comida individualmente[10]—.

  • Consigamos más convencimiento y más deseo de regalarnos el tiempo en nuestras luchas

Si, como decía Federici, alguna gente prefiere no luchar a luchar, tenemos que ser capaces de que cada vez más gente se una con nosotras a una vida luchando, porque una vida militante no debería ser más dura sino mucho más alegre que las vidas convencionales. Aunque el capitalismo genera a menudo vidas atrapadas en, y enganchadas a, la tristeza, la verdad es que en el fondo nadie quiere vivir una vida triste. Tenemos que convencer, y sobre todo, demostrar en los hechos, que regalarnos nuestro tiempo es la forma más alegre de vivir la vida.

Si el tiempo es la principal fuente material de nuestra riqueza, sabemos que a veces «el tiempo es dinero» y el dinero también significa tiempo. Así, vamos a pensar ahora en las relaciones que tenemos con esa forma de riqueza que es el dinero.

2. Nuestro dinero donado, gastado, consumido, y endeudado

En los últimos años hemos gritado mucho lo de «¡Ellos por dinero, nosotras por amor!». Es un grito precioso, que señala la diferencia fundamental entre ellos y nosotras. Los criminales que nos han echado de nuestras casas, que nos roban cada vez más dinero para su rentismo e intereses inmobiliarios, solo lo hacen para acumular más dinero. Si para la clase capitalista el dinero es un fin en sí mismo, para nuestra clase el dinero es un medio para acceder a aquello que necesitamos para vivir[11]. Y como para vivir necesitamos sin duda espacios que requieren dinero como La Villana, hemos tenido que hablar mucho de ello especialmente durante el periodo de compra y reforma del nuevo local. Y precisamente porque no nos sobra el dinero, no podemos permitirnos el lujo de ignorar el asunto.

Si decíamos antes que en La Villana nos hemos regalado un tiempo incontable, también nos hemos regalado mucho dinero, que a diferencia del tiempo, este sí es bastante contable. ¿Y de dónde ha salido ese dinero? Aunque sea obvio no podemos dejar de repetirlo: el dinero de la Villana durante estos doce años ha salido de las cuotas de las socias. Si pensamos más concretamente en esta solidaridad material, por ejemplo en junio de 2024 estaban saliendo 3.807 euros mensuales, que era el agregado de las aportaciones de 365 socias con cuotas de entre 3 y 80 euros: hay que reconocer por tanto la importancia de todas esas cuotas que nos sostienen. Y lo dicho para las cuotas periódicas, sin duda es también válido para el periodo de enormes donaciones que hemos recibido específicamente para la compra del local: unos 200.000 euros de cientos de personas que en las diversas campañas y crowdfundings realizados, sumado a los ahorros acumulados por esas mismas cuotas, nos han permitido dar el salto adelante que hemos dado.

Sin analizar ahora la diversidad de situaciones económicas —desde las personas más o menos precarias, desde edades juveniles a mayores, desde quien no puede acercarse mucho a la Villana hasta quien lo hace cotidianamente—, la pregunta general que nos podemos hacer en términos de nuestra solidaridad respecto al dinero es: ¿por qué doy yo una parte de «mi» dinero? Parece otra pregunta sencilla, pero tampoco lo es. Sin disponer de estrategias de marketing ni de fidelización como los de una ONG al uso, podemos decir que donar una cuota a la Villana significa dar confianza al Centro Social, una confianza para que sigamos existiendo y creciendo, porque sin duda La Villana no existiría si ese dinero no se transfiriera cada mes desde las cuentas de cada socia.

Otra pregunta derivada es: ¿y de dónde sale el dinero de las cuotas y donaciones? Salvo las excepciones que podamos encontrar, la fuente general de las cuotas y donaciones sale de nuestros salarios, que no son otra cosa que parte del pago que hemos recibido por nuestro tiempo dedicado al empleo. Es decir, lo que estamos haciendo al donar una parte de «mi» salario que «he ganado» con «mi» trabajo, es colectivizar una parte de ese salario. Con el compromiso de sostener mi cuota de socia y/o al hacer mi donación, sustraigo una parte de mi salario que podría estar destinado a «mi» consumo individual, y entonces «mi» dinero se convierte en «nuestro» dinero, y por ello decidimos colectivamente sobre él: devolvemos así una parte de nuestra riqueza individual al espacio de la decisión colectiva de donde nunca debió salir. Donar dinero puede entenderse entonces como una donación de energía que a mí me ha costado tiempo y esfuerzo conseguir, y de esa manera, estoy regalando también parte de mi vida al común. Pero nuevamente, dar dinero no es mera caridad: lo donamos porque, realmente, el uso colectivo de ese dinero es uno de los mejores usos posibles, porque la riqueza a la que accederemos a través de ese dinero colectivizado nos va a dar posibilidades de vida común que nunca tendríamos a través de un uso individual del salario.

              La otra cara del dinero que donamos es la cara del dinero que gastamos, y surge entonces otra pregunta: ¿qué significa el dinero que gastamos desde el punto de vista de la solidaridad material? Como resultado del esfuerzo acumulado y donado por toda nuestra gente villana, el dinero que «tenemos» en la Villana es una herramienta con potencialidades muy importantes. Por ejemplo, en muchas ocasiones gracias a que disponemos de dinero para gastar hemos podido ahorrarnos mucho tiempo, el cual hemos podido dedicar a otros fines. Pero cuando nos ha faltado el dinero básico necesario, hemos tenido que dedicar mucho tiempo a pedir o ganar ese dinero, o a cubrir esa necesidad con tiempo de trabajo del que no siempre disponemos. Aunque en general nuestra preferencia y prioridad debe ser cubrir el máximo de necesidades a través de trabajos comunitarios directos que no requieran dinero, y si bien debemos cuidarnos de tampoco volvernos dinero-céntricos, es claro que, mientras exista el capitalismo, necesitaremos suficientes fuentes de financiación para la reproducción del Centro Social. Así que, como canta Rosalía, «Dios nos libre del dinero, teniendo, teniendo, teniendo-lo».

Si detallamos más concretamente nuestros gastos, la partida mayor se ha ido en el alquiler de once años del local de la calle Montseny, junto con su luz, su agua y su internet. Si contabilizamos estos gastos, al menos unos 1.600 euros al mes, nos salen un gasto total de 211.000 euros. Para nuestras economías individuales parece un dineral, pero si pensamos en la inversión del nuevo local de Amós Acero, es un tercio del dinero que hemos movilizado. No es mucho, tampoco, si comparamos con lo que una familia de clase media invierte para un pisito o con la facturación de cualquier pyme en una ciudad como Madrid. Y es poco, sobre todo, si lo comparamos con la inmensa riqueza privatizada que existe en este mundo y que se mantiene «protegida» del uso común.

Dentro de nuestros márgenes, algo muy importante ha sido que hemos podido dar por supuesta la continuidad del local, lo que nuevamente ha sido posible gracias a unas cuotas muy constantes y suficientes que nos han facilitado poner toda nuestra energía en el centro social y sus luchas —tener una sede estable, por ejemplo, ha sido vital para resistir al contexto de ataques a los centros sociales en Madrid[12]—. Por todo ello, hemos alcanzado una significativa autonomía material, que ha sido una condición de posibilidad de lo que nuestros colectivos han conseguido políticamente en estos doce años.

Otra dimensión que no podemos dejar de mencionar en el plano de nuestra solidaridad material se refiere a la pregunta sobre qué significa «consumir» en La Villana, entendiendo ese consumo ahora como los gastos individuales que hacemos. Cuando en la Villana alguien compra una cerveza, una tapa, una camiseta, una papeleta de un sorteo, o una entrada para la fiesta de Reyes, no se está solo comprando un determinado objeto de consumo, sino que además está también expresando una solidaridad con el proyecto colectivo. Aunque quizás sea obvio decirlo, no es lo mismo gastarse dinero en la Villana que gastarlo en cualquier bar o tienda de la Albufera, porque al gastarlo en La Villana también estamos haciendo que el eventual «beneficio» revierta en nuestro propio proyecto y en sus circuitos económicos asociados. En este sentido, hay que visibilizar también que muchos de nuestros intercambios monetarios, aunque no sean una donación directa, son parte de nuestras relaciones de solidaridad colectiva; por tanto, nuestros entramados son también el resultado de esos miles de consumos individuales y cotidianos que nos han sostenido y reforzado.

Y para terminar este apartado, otra dimensión clave en relación con el dinero es la cuestión del endeudamiento, algo que no habíamos experimentado hasta que hemos pedido a la cooperativa de crédito COOP57 el monto de 399.000 euros para poder dar el salto a un nuevo local en régimen de propiedad. En ese sentido, ¿qué significa endeudarnos en términos de nuestra solidaridad material? De entrada, una deuda establece una obligación colectiva a futuro, al menos a quince años, lo que tras un recorrido previo de doce años, no es un compromiso menor. Es una apuesta por proyectarnos juntas asumiendo las eventuales dificultades que surjan a lo largo del tiempo, una apuesta que implica un compromiso material concreto a largo plazo. Si la hipoteca es típicamente lo que hacen las parejas para comprarse un piso, nuestra hipoteca expresa que nuestros entramados se comprometen a sostener esta deuda común para «convivir» juntas en los próximos años: tanto con quienes estábamos en la toma de decisión de endeudarnos, como con las que se unan en este camino para sostener a la Villana. Los 181 avales que 181 avalistas firmaron para garantizar a COOP57 que devolveremos el préstamo, son pues otra de las bases de esa apuesta por el futuro: nuestra «pareja» son esas 181 personas con las que asumimos el riesgo inherente a todo endeudamiento. Sin duda, una hipoteca como la nuestra debe cumplirse con solvencia, pero también con amor, pero a diferencia de las formas hegemónicas de endeudamiento privatizado y oculto en la economía familiar, en nuestra economía colectiva desde el principio hemos «salido del armario de la deuda»[13] y asumido públicamente la apuesta.

En síntesis, tras el inmenso caudal de tiempo regalado, el dinero —donado y gastado colectivamente, consumido individualmente, o el endeudado— es otra de las bases de la solidaridad material de La Villana. Del dinero nos suele costar hablar por concebirse a menudo como un objeto «sucio» y potencialmente peligroso o vergonzoso, dados los infinitos conflictos y abusos en torno al money. Pero si algo hemos aprendido en nuestra reciente trayectoria es que, en vez de omitir e ignorar la cuestión, más bien tenemos que seguir avanzando en sus buenos usos, acuerdos e «inversiones» políticas. Por tanto, una pregunta sobre el futuro de nuestra solidaridad material respecto al dinero podría ser: ¿cómo tener más dinero colectivizado, y sobre todo, cómo usarlo para potenciar nuestras capacidades de lucha para enfrentar las crisis presentes y futuras? Algunas posibles respuestas podrían ser:

  • Desarrollemos nuestras capacidades sobre las formas de gastar e «invertir» políticamente nuestro dinero: si a lo largo de la experiencia de alquiler, y luego compra del nuevo local, hemos desarrollado tales capacidades, podríamos avanzar en otras herramientas, como por ejemplo:
    1. Las «cajas de resistencia», una de las herramientas históricas clave del movimiento obrero para ganar huelgas —y que actualmente está nuevamente en auge[14]—, pero que podría aplicarse a los problemas de vivienda, a la represión y burorrepresión estatal, a los problemas de precariedad y/o de sinpapeles, entre otros.
    2. Las decisiones de remunerar parcial o totalmente algunas funciones clave para la potenciación del Centro Social, como por ejemplo aquellas relacionadas con cubrir trabajos de cuidados para que nadie se vea impedida de militar por encontrarse aislada en el cuidado del hogar privado, así como para que las criaturas puedan convivir en espacios más allá del de la familia cerrada.
    3. La puesta en funcionamiento de un comedor de precio popular o gratuito para aquellas personas o colectivos que decidamos y que, a través de ello, podría facilitar también el crecimiento y fuerza del Centro Social.
  • Consigamos más dinero donado, y de forma más progresiva: cualquiera de los posibles objetivos señalados en el punto anterior o que imaginemos a futuro requerirán de más dinero colectivizado. Podemos recuperar aquí algunas de las preguntas que ya lanzamos en el texto sobre La obligación de solidaridad[15]: «¿podemos seguir reproduciendo el centro social con el mismo sistema de socias y donaciones discrecionales y «voluntarias» con el que hemos funcionado los anteriores años de alquiler? Si colectivamente hemos decidido dar un salto con un alto coste económico y un gran compromiso a futuro, ¿no deberíamos también dar un salto en los mecanismos de nuestra propia financiación?». En esa línea, algunas posibles fuentes de financiación pueden ser:
    1. Aumento del número de cuotas de socias o «militantes», algo directamente ligado al propio crecimiento de La Nueva Villana y su visibilidad.
    2. Aumento de la progresividad de las cuotas de todas las socias:

Si bien antes decíamos que el dinero donado significa siempre algún esfuerzo, por supuesto podríamos profundizar en cuánto esfuerzo le cuesta a cada quién conseguir ese dinero según su situación laboral, familiar o de clase; y cómo nos afectan esas diferencias y desigualdades en el acceso al dinero. En esta línea, respecto a los importantes debates que venimos teniendo sobre «la clase media», desde nuestro punto de vista el problema no sería tanto que lógicamente tengamos situaciones económicas variadas, como la falta de una disposición colectiva a aplicarnos el principio fundamental de progresividad: que cada cual debería aportar según sus capacidades objetivas. Es decir, sin imponer obligaciones absolutas, deberíamos sin embargo ser capaces de asumir normas colectivas respecto a proporciones progresivas de los ingresos de los que cada quien disponemos. Esto podría servirnos para avanzar más en la desprivatización de los salarios, uno de los mecanismos más potentes del capital para mantenernos divididas e insolidarias[16].

  1. Cuota sobre los beneficios de nuestras empresas políticas. Sobre ello ya hemos hablado en los Convenios desarrollados con nuestras empresas políticas con el paso al nuevo local, un mecanismo que además retroalimenta la potencial solidaridad entre la Villana y sus propias cooperativas.
  2. Donaciones extraordinarias por herencias o ahorros colectivizados. Se trata de una medida muy interesante de lo que podríamos llamar desfamiliarizar la transmisión de las herencias —otra institución profundamente injusta que cualquier política emancipadora aspira a abolir— para distribuirlas en nuestros proyectos; o también, podríamos buscar donantes solidarias que por las circunstancias que sean hayan conseguido acumular ahorros significativos[17].
  3. Rendimientos de riqueza colectiva recuperada o expropiada: si colectivamente hemos llegado a disponer de riqueza colectivizada, cualquier rendimiento que ésta dé debería revertir en los entramados colectivos que han hecho posible tal riqueza. Por ejemplo, no podemos permitir que espacios, edificios o viviendas que fueron conquistadas por luchas colectivas terminen privatizándose por personas que se desligan de tales luchas; por el contrario, su control, usos y amortización debe permanecer en las asambleas.
  4. Grandes eventos, ideas o actividades de financiación: como las que ya solemos hacer, pero cada vez mejor organizadas y que intenten ir más allá de las actividades convencionales —de venta de alcohol, o camisetas, típicamente— sino que cubran también otras necesidades comunitarias[18].

Después de ver algunas ideas sobre el dinero, pasamos ya a hablar de otra de las bases materiales de la riqueza de la Villana, también conectada con el dinero, como es el trabajo en su forma remunerada.

3. Nuestro trabajo remunerado

¿Qué es el trabajo remunerado en La Villana? En primer lugar, es tiempo, pero un tiempo que tiene la particularidad de ser «pagado», y además, un tiempo pagado dentro de un espacio como La Villana que no es una empresa convencional sino un centro social que, entre otros proyectos, acoge empresas políticas: aquellas cuyo trabajo se organiza para poder hacer política, y cuyos salarios por tanto son un medio para fines políticos concretos, más que para producir rentabilidad[19].

En el caso de la Villana, este trabajo remunerado se ha concentrado fundamentalmente en la Taberna, por donde a lo largo de once años han pasado varias personas y equipos de trabajo. Si con el dinero en general decíamos que había cierto carácter de tabú, con el trabajo remunerado, como con todo lo que tiene que ver con «el pan», la relación no es sencilla y en todos los movimientos se suelen dar mayores debates y, también, conflictos. Pero, nuevamente, más que optar por ignorar el tema, una comunidad inteligente debería poder abordar esta cuestión de una manera que nos potencie.

A diferencia de otros espacios, en nuestro caso no podemos hablar de una relación laboral con los equipos de Taberna, ya que La Villana no ha decidido el contenido concreto del trabajo ni ha contratado según una determinada nómina mensual o una serie de condiciones acordadas, algo que no fue gestionado por ninguna asamblea ni espacio colectivo. Lo que acordamos en las asambleas correspondientes durante el periodo 2013-2024, y con lógica horizontal y no de empleadores, fue, resumidamente: «Ofrecemos la gestión libre de la barra con la contrapartida de mantener un horario de apertura determinado, ofrecer bebida, y si se quiere comida, para quienes vienen al Centro Social».

Lógicamente, la asamblea de la Villana y sus más de trescientas socias no hemos entrado a decidir qué deben hacer concretamente los equipos que se han ofrecido a llevar la barra en la calle Montseny, ni tampoco hemos acordado asegurar que el flujo de ingresos sea menor o mayor, porque las cuestiones de viabilidad de negocio, cuantía de los salarios o decisiones de estrategia empresarial no han sido un tema de la asamblea en estos 12 años. Por eso, si las personas que han hecho algún trabajo remunerado en la Villana pasaran por cualquier circunstancia de precariedad o de malestar del tipo que sea en el momento que sea, no por haber puesto trabajo remunerado tienen un tratamiento distinto respecto a quien no lo haya hecho: como cualquier otra persona tiene a su disposición los mismos recursos y dispositivos de apoyo mutuo que hemos construido tanto en La Villana como en el amplio tejido de los movimientos.

Del mismo modo, si quienes han gestionado el espacio de la Taberna no han sido desde luego nuestros camareros ni tampoco «empleados» de La Villana, ni el resto de villanas hemos sido meros consumidoras que exigimos las condiciones habituales de un «servicio»; la relación viene definida por acuerdos horizontales establecidos sobre la base del compañerismo y la solidaridad. Y como en tanto de lo que hacemos, aquí se trata de una suerte de experimento que, como todo experimento, funciona básicamente por un permanente aprendizaje, negociaciones cotidianas de ensayo y error, debates y discusiones que deben abordarse en los lugares que tenemos para ello, que son las asambleas.

Además de los experimentos cooperativos con los equipos de la Taberna, podemos mencionar otras experiencias que han implicado alguna forma de trabajo remunerado: por ejemplo, las contadas ocasiones que se ha recibido dinero a través de algún proyecto público o subvencionado, una fuente de financiación que hemos usado poco pero que implica debates importantes sobre cómo usar tácticamente recursos estatales sin condicionar por ello nuestra potencial autonomía. También, gracias al uso puntual de fondos externos, hace años hicimos un pequeño proceso de selección interno que sirvió para «liberar» a un compa durante aproximadamente dos años con el objetivo de reforzar las líneas políticas del centro social y el trabajo del barrio. Y por último, podemos mencionar otras formas de trabajo colectivo también remunerado pero destinado a nuestra caja común: son las entradas para las fiestas, las cervezas que vendemos en distintos eventos, las camisetas que producimos…. que en buena medida también han contribuido al sostenimiento material de la Villana.

Para finalizar, como el trabajo remunerado ha sido y será una fuente más de la riqueza material de La Villana, la pregunta que nos podemos hacer para plantear a futuro nuestra solidaridad en ese plano podría pasar por algunos de estos puntos:

  • Remuneración de funciones clave del centro social que no se puedan cubrir por vías no remuneradas. Como señalábamos antes, hemos planteado asumir por ejemplo la socialización de una parte del trabajo de cuidado a nuestras militantes y, quizás, vecinas. Si el dinero abre la posibilidad de remunerar actividades de reproducción a las que no alcanzamos con tiempo militante no remunerado, ¿cómo podría ser esa remuneración? ¿Por cuánto tiempo? ¿De qué manera lo haríamos? Y también, ¿cómo no sobrecargar con ello de tareas burocráticas a La Villana? ¿Se podría cooperativizar esa función para que se gestione sobre todo autónomamente?
  • Mayor desarrollo de los objetivos de las empresas políticas: Otra dimensión a trabajar podría ser cómo las funciones remuneradas del Centro Social consiguen integrar los objetivos políticos con los objetivos de conseguir salarios, de manera que la lucha política revierta en los salarios y viceversa. Por tanto, más que pensar cómo la Villana puede crear empleos, nuestra prioridad debería ser cómo garantizar el carácter prioritariamente político de las tareas de las compañeras con las que hemos acordado que puedan obtener dinero individual en el espacio colectivo.
  • Desarrollo de ideas de cooperativismo en Vallekas: si bien en estos años el principal espacio remunerado ha sido la Taberna —actualmente la cooperativa Veguiterraneo—, están ya arrancando otros proyectos de futuro como la librería MalaLetra o las ideas del Nodo de Producción de Vallekas. Junto con otras experiencias amigas que nos rodean tanto del barrio como en el resto de la ciudad, podríamos promover y extender las ideas de la empresa política y las prácticas cooperativas para seguir fortaleciendo nuestros propios tejidos económicos.

4. Nuestra riqueza colectivizada

Hemos hablado ya del tiempo regalado, del dinero donado y gastado, y del trabajo remunerado. Para terminar de completar el cuadro de nuestra riqueza colectivizada, podemos al menos resumir la importancia de las «cosas» físicas que compartimos junto con las formas de acceso y uso de riquezas inmateriales varias que también han sido condición importante en nuestra solidaridad material.

El acceso y uso directo de la riqueza, no mediada por el mercado, es por supuesto la base de la okupación y la recuperación de espacios. En nuestro caso, podemos decir que en la práctica hemos superado la contraposición entre Centro Social Okupado y Centro Social alquilado —o comprado—, ya que lo que se ha dado es complementariedad y cooperación[20]. Dicho con un ejemplo sencillo: las luchas por recuperar viviendas o solares han sido posibles no solo pero también gracias a la estabilidad de la sede de calle Montseny. Esa estabilidad ha facilitado correr ciertos riesgos y lanzar determinadas apuestas que serían más difíciles —o a veces imposibles— sin una «base de operaciones» estable. Por poner otro ejemplo, esa estabilidad, junto con todos los cruces que allí se han producido, nos permite en parte explicar que nuestra Despensa Solidaria se haya desarrollado más duraderamente que muchas de las despensas que surgieron durante el confinamiento de 2020 —una experiencia, por otro lado, que ha concentrado gran cantidad de riqueza material en forma de alimentos gratuitamente repartidos—. Y más allá de la dimensión física de los metros cuadrados de La Villana, una dimensión intangible pero muy material de La Villana es lo que la sede de Montseny ha significado para las miles de personas que hemos pasado por allí, por ejemplo como dice una compañera de Yo Sí Sanidad Universal: «La Villana devino en refugio; de cierta forma significó el hogar en el que nos arropábamos en un momento tan doloroso para todas las vidas que se entrecruzaban allí.» [21].

Y si vamos más allá de las paredes de la sede, el propio Parque Vecinal Autogestionado Sputnik, los bloques y viviendas recuperadas por la PAH Vallekas, el huerto de Doña Karlota, o los locales de Orgullo Vallekano o de la Despensa Solidaria —que se han alquilado a precios por debajo de mercado gracias a las relaciones vecinales de La Villana—, todo ello forma parte de nuestra riqueza común. Y a ello podríamos añadir todas las formas de apropiación del territorio que, si bien no son nuestra propiedad privada, si son parte de nuestro patrimonio común, y también han permitido extender nuestros entramados en sentido amplio: todo lo que tiene que ver con las relaciones existentes en el barrio y sus recursos, con los comercios, con las vecinas, con las aceras, con las esquinas, con los parques, con las infraestructuras y tramas urbanas en general, y desde luego con las memorias y significados condensados en los territorios vividos y luchados a lo largo de estos doce años: de las fiestas en Las Tetas a los 46 pasos al Soldevilla[22], de las manifestaciones en la Albufera a las cañas de La Bombonera… la lista sería interminable —y podría evocarse, por ejemplo, mediante talleres de memoria de las luchas vallekanas—. Y más allá de los límites del barrio, sin duda la Villana se ha nutrido muy materialmente de infinidad de experiencias a nivel de ciudad, del Reino de España, y del mundo con las que hemos podido contactar, y que también forman parte de la riqueza que nos ha alimentado y sostenido durante estos años.

5. Nuestra vida compartida

Hemos hecho aquí un pequeño resumen, seguro muy parcial en muchos planos, de algunas de las formas de solidaridad material en torno a La Villana de Vallekas, que se concretan en actividades muy específicas: tiempos, dineros, trabajos y riquezas compartidas, lo que en definitiva son nuestras vidas compartidas. Y tras este recorrido, la pregunta final que nos podemos hacer podría ser: ¿queremos seguir sosteniendo y avanzando en nuestra solidaridad material? Formalmente, tenemos que contemplar dos respuestas posibles: que no, o que sí.

              Cabe la posibilidad de que alguien responda que no. Algunos de sus motivos pueden ser: porque nos estamos volviendo egoístas, porque decidimos abandonar el colectivo y optar por los canales capitalistas convencionales, porque entramos en crisis interna, porque tenemos miedo al fracaso del proyecto, porque no vamos a poder pagar nuestra deuda ni cumplir nuestros compromisos, porque queremos vivir como clase media —o alta, si fuese posible—, porque tememos que lleguen los fascistas y nos quemen el local[23], porque el colapso nos va a llevar por delante, porque queremos escapar de aquí para intentar salvarnos individualmente antes de que nos derroten, porque, quizás, se agota el deseo de seguir luchando.

Quien esto escribe desde luego no va a negar que en algunos de los motivos anteriores no puedan ser defendidos por alguien. Si hay quien lo ha pensado —aunque a menudo no se diga— y si hay quien ha abandonado, más que condenarlo moralmente, sin duda debemos escuchar en serio y entender los motivos de los quiebres y rupturas que también se dan en nuestras redes de solidaridad material. Porque esas fuerzas que tratan de rompernos no están solo en «los otros» sino que también nos han podido entrar «adentro», y en muchas ocasiones se han encarnado en nuestros propios cuerpos individuales y colectivos.

Frente a las fuerzas que tratan de quebrarnos, la otra respuesta es que sí, que vamos a seguir luchando, vamos a seguir aprendiendo de todo el camino andado y vamos a seguir apostándole a un futuro de solidaridad material cada vez más compartida. Responder que sí no es un deber moral, sino una necesidad muy material: porque sabemos que dependemos de La Villana, porque sabemos que si a la Villana le va mal, a nosotras nos irá mal, y si a La Villana le va bien, a nosotras nos irá bien. Como cualquier proyecto, este estará vivo en la medida que lo sostengamos, porque como los feminismos nos han enseñado, lo que no se sostiene, no sobrevive. Nuestra apuesta debe ser materialmente más fuerte precisamente por ello: porque sabemos que La Villana no va a estar ahí indefinidamente si no la hacemos vivir con nuestras acciones. Por eso, en el fondo, si odiamos una vida individualista y triste, si La Villana ha «incrementado la alegría» de nuestra vida en estos doce años, nuestro futuro solo será posible si seguimos apostando por multiplicar las comunidades en lucha que sigan revolucionando nuestras vidas, y aspirando a potenciar los nodos de una tupida red de contrapoderes verdaderamente capaz de autodefenderse y atacar al capital.

Es cierto que lo que el capital nos ha robado es incontable, pero no es menos cierto que la riqueza que hemos construido en nuestras luchas es difícilmente apropiable por el capital. Y sabemos que van a seguir llegando fuertes embestidas del capital, tanto en los momentos de aparente «normalidad» como sobre todo en las emergentes crisis. Así que preparemos nuestras poderosas armas para las crisis que vienen, porque en esas crisis surgirán mayores oportunidades revolucionarias. Pero mientras no vamos a esperar sentadas a las grandes revoluciones, y nuestro mundo será un mundo vivible solo si nuestras formas de solidaridad material son capaces de seguir reencantando el mundo, para «que la revolución no sea algo que ocurra 200 años después de que muramos, que sea algo que empecemos ya a tener el sabor, el sabor del cambio, el sabor de otra vida»[24].

Referencias

(1) «Nadie se emancipa trabajando», entrevista a Silvia Federici (01/11/23). https://www.nortes.me/2023/11/01/nadie-se-emancipa-trabajando/

(2) Para una defensa de la solidaridad frente a la caridad, véase Apoyo mutuo de Dean Spade.

(3)  Frente a una idea cerrada de comunidad, quien más nos ha hecho ver la utilidad de entendernos como tramas y entramados, ha sido Raquel Gutiérrez, véase Producir lo común. Entramados comunitarios y luchas por la vida de El Apantle.

(4)  Véase Común, de Christian Laval y Pierre Dardot (capítulo 1).

(5) Véase la charla de Franco Ingrassia en el curso Los saberes y las luchas, de Nociones Comunes https://soundcloud.com/traficantesdesue-os/una-epistemologia-militante-politica-del-hacer-y-prefiguracion-de-la-realidad-franco-ingrassia?in=traficantesdesue-os/sets/curso-los-saberes-y-las-luchas

(6) Véase por ejemplo el curso Ciudad Okupa https://traficantes.net/nociones-comunes/ciudad-okupa

(7) Por poner un solo ejemplo histórico: como ha relatado Jacques Rancière en La noche de los proletarios, el deseo de entender el mundo en la naciente clase obrera era tan intenso que una práctica común era robar horas al sueño para poder leer, formarse y estudiar.

(8) Véase ¿Cabe la vida en el centro social? de Javi Correa https://zonaestrategia.net/cabe-la-vida-en-el-centro-social/

(9) Sobre este concepto de Toni Negri, se puede encontrar un resumen en El problema del trabajo, de Kathi Weeks (capítulo 2)

(10) Para más ejemplos de contraimaginarios comunales, véase Después del trabajo, de Helen Hester y Nick Srnicek.

(11) Esta idea clásica es de El Capital de Marx (Libro I, cap. 4)

(12) Una descripción de esta crisis está en: Centros sociales y luchas por el derecho a la ciudad: aprendizajes en el proceso de La Ingobernable https://vientosur.info/centros-sociales-y-luchas-por-el-derecho-a-la-ciudad-aprendizajes-en-el-proceso-de-la-ingobernable/

(13) «Sacar del clóset a la deuda significa hacerla visible como problema común». Luci Cavallero y Verónica Gago, Una lectura feminista de la deuda (p. 11.)

(14) Véanse por ejemplo las recientes investigaciones de Jon Las Heras o Ignacio Messina sobre las cajas de resistencia en sindicatos varios https://osalto.gal/sindicatos/caja-resistencia-estrategia-sindicalismo-contrapoder

(15) Véase Del egoísmo voluntario a la «obligación» de solidaridad: el tabú del dinero en los movimientos sociales, de Alvaro Briales. https://www.elsaltodiario.com/analisis/egoismo-voluntario-obligaci%C3%B3n-solidaridad-tabu-dinero-movimientos-sociales

(16) Sobre la crítica del salario y el problema del valor de la fuerza de trabajo, véase El Capital de Marx (Libro I, caps. 4, 17-20)

(17) Por poner un par de ejemplos: la Fundación Joxemi Zumalabe, que se dedica a la formación política de movimientos sociales en el País Vasco, fue el resultado de una importante herencia; o un pequeño centro social en Lavapiés fue el resultado de la compra por parte de los ahorros acumulados de una persona que decidió dedicarlos a abrir ese centro social.

(18) Sobre alternativas de financiación del movimiento ha reflexionado recientemente Jordi García de La Repartidora, en Un poder propi. Construïm un nosaltres autònom, divers i confederat, Valencia Caliu Espai Editorial.

(19) Sobre empresas políticas puede escucharse esta sesión de David Gámez y César Gómez https://soundcloud.com/traficantesdesue-os/cooperativas-y-empresas-politicas-para-una-vida-en-comun-con-david-gamez-y-cesar-gomez?in=traficantesdesue-os/sets/curso-dispersar-el-poder

(20) Véase un relato inicial de nuestro proceso de compra https://lavillana.org/relato-proceso-hasta-la-compra/

(21) Véase el precioso y profundo texto que nos han regalado Leticia Ponce, Nacho Revuelta, Marta Pérez, Jasmine McGhie, Daniel García, María José García, Irene Arquero e Irene Rodríguez Newey, «Nuestra casa es otra» https://entrarafuera.net/2024/06/03/nuestra-casa-es-otra/

(22) Nuevamente, remitimos al texto anterior.

(23) No hay que irse muy lejos, si pensamos en el auge neoescuadrista y el local del Sindicato de inquilinas de Gran Canaria.

(24) Como relataba Federici en su visita a Vallekas, el 26 de marzo de 2023 https://youtu.be/gc9PKOrssco